baja andando despacio por la calle, su mirada sigue las líneas de las baldosas. sus pies se arrastran, a veces se chocan entre ellos. con las manos en los bolsillos recorre la ciudad, tiene hasta la nariz escondida dentro de su parca, es siniestro que apenas parpadeé, me preocupa que ya nunca diga nada.
antes podría jurar que le conocía, que éramos almas gemelas, que su sangre y la mía eran la misma, ahora ya no sé quién es. si saca sus manos de los bolsillo le temblarán, si alcanzas a escuchar algo de lo que diga su voz estará rota, sus palabras se las llevarán los ruidos de la ciudad.
extraño no ver su sonrisa, lloro porque ya no está, me hundo porque cuando le abrazo ya no siento nada en su interior. cuando todo empezó a venirse abajo y él hablaba más de sus problemas te arrastraba en su tristeza. un día se debió de dar cuenta y dejó de contarme todo, yo no sabía que hacer. intentaba hablar con él, que me contará las cosas que pasaban por su extraordinaria cabeza, pero él sólo me respondía incongruencias, palabras sin sentido.
durante una semana no dijo prácticamente nada, detallaba recetas de cocina. después se dedicó a recitar fragmentos de sus libros preferidos.
una vez fui a verle, estaba sentado en su cama, con las manos apoyadas en sus rodillas, escuchando una y otra vez la misma canción. le dije que siempre me hacía ilusión verle, y era verdad, siempre me lo había hecho. él no dijo nada, me miró y me regalo una de sus ahora escasas sonrisas. antes era un vendaval que lo destruía todo, no había plan si él no salía. ahora me lo encuentro vagando sólo por las calles, a veces le paro y le saludo, otras veces me dedico a seguirle en sus descabellados paseos por madrid. creo que sabe que yo le sigo, me ha llevado a sitios que antes desconocía, a lugares que no había visto y estaban ahí.
añoro los días que pasé junto a él, sus manos fuertes y su voz poderosa, sus planes absurdos que rara vez se cumplían.
me añoro tanto que no dejo de buscarme en las frías noches de este invierno.