mario dice que prefiere picarse junto al cementerio, bajo los altos muros de ladrillo. compramos en unas casas bajas que hay al lado de las naves industriales y vamos andando con los bolsillos que nos queman hasta llegar adonde él quiere. es un camino de apenas diez minutos, pero siempre es como si llevásemos andando una hora. los hacemos con paso rápido, sin hablar, resoplando, exhaustos.
una vez allí, cuando acabamos, cada uno sale en una dirección distinta.
yo me subo en un taxi en marqués de vadillo, apoyo mi cabeza contra la ventana, ya sin los sudores fríos que hace una hora recorrían mi espalda. escucho las canciones ridículas de la emisora que lleva puesta el conductor. se salta los semáforos, adoro a los taxistas que se saltan los semáforos cuando me llevan a casa.
llego, me tumbo en el suelo de mi habitación, las luces giran a mi alrededor, todo desordenado, todo en orden.
el interior de mi cuerpo se subleva, mis venas, mis órganos, mis huesos,… todos quieren salir de mi cuerpo.
los muros del cementerio, infranqueables, altos y rojos, incomprensibles… nadie quiere entrar, nadie puede salir.