ahora te descubres ante mi, y comprendo que nunca me quisiste, que nunca quisiste a nadie a tu lado. en ocasiones te mostrabas altiva e intocable, otras veces intentabas convencerte para quererme y yo no entendia esos cambios de humor, los atribuía a tu especial estado emocional, a tu encantadora y desequilibrada cabeza, ocupada en tacharme a mi de raro.
así, me vi un día en la calle, con todas las cosas que yo guardaba en tu casa a mi alrededor, sin saber muy bien que hacer con ellas, sin comprender muy bien que hacer conmigo.
recuerdo aquella noche de diciembre en la que me llamaste, llorando, intentando engañarme diciendo cuanto me querías y que me echabas de menos. no quise quedar contigo, en parte porque ya no te quería como te quise una vez, en parte porque mi mujer, la persona que una vez me salvó, descansaba a mi lado.
ha pasado mucho tiempo, demasiado, hasta que por fin he logrado comprenderlo todo.
sigo esperando, de pie, pero el sitio ha cambiado. tu adorable figura reposa ahora bajo esta enorme lápida de mármol. te has ido, y creo que el matarte fue la última demostración de que nunca quisiste a nadie.
en tu nota de despedida intentas culparme de tu desesperación y tus depresiones, y no me creo nada de lo que dice, salvo el adiós final que es lo único real y verdadero que me ha quedado de ti.
en tu nota subrayabas que nunca nadie te quiso, a ti, que te molestaba que nadie te comprendiera, jamás comprendiste a los que estaban a tu lado. estabas tan ocupada intentado querer a alguien que ni siquiera viste a los que te querían.
descansa por fin, nunca quisiste que nadie te quisiera.