una vez, un extranjero paso por la vida de ana. como a una vela en una noche oscura ella se aferró, sin darse cuenta de que era un extranjero, de que estaba de paso por aquella ciudad.
llegó un día en el que el extranjero partió, se fue lejos del calor de ana, se alejaba de los abrazos, los besos y la noche.
antes de irse definitivamente, el extranjero le regaló una pulsera a ana. una preciosa pulsera de plata con un cristal pintado engarzado. le dijo:
-la compré en un lugar perdido de europa del este, es mágica. cuando tú quieras volveré. solo tienes que desearlo, y pedírselo a esta pulsera.
ana lloraba. no creía en aquel cuento extranjero. odiaba a aquel hombre que una vez decidió egoístamente pasar por su vida y largarse sin más. encerró todo lo que le recordaba a él en una caja, incluida la pulsera. pasaba el tiempo y acompañaba a todas sus acciones un gesto mecánico, casi un impulso de vida.
pasaba el tiempo, ana volvía a encontrar su vida.
un día llegaron noticias del extranjero a la ciudad. aquella noticias decían que regresaba, que tras años volvía a aquella ciudad. en su buzón encontró una nota.
“siento mi marcha. lamento mi vida anterior. ¿nunca le pediste a la pulsera que regresara?”
el extranjero regresó a la ciudad. pero ahora sentía que no podía volver a los brazos de ana, a los besos, a las noches. ahora, una sensación distinta de la de aquella primera vez brillaba en su interior. veía a ana, se quedaba mirando sus labios cuando pronunciaban palabras, olía su pelo sin que ella se diera cuenta, pensaba en ella intentando resignarse a una vida sin ella.
un día ana rebusco por su casa, intentando encontrar aquella caja que hace tiempo escondió. allí estaba con la caja abierta puesta sobre sus piernas, mirando a aquella pulsera de plata.
su vida en un lado de la balanza, la incertidumbre del extraño en la otra.
con sus manos tomó la pulsera, la apretó y de sus labios salieron las palabras.