tomamos una lancha para ir a la punta de california, donde se unen el mar de cortés y el pacífico. creo que estoy viendo las aguas más cristalinas que nunca haya visto. la arena es casi blanca, y muy fina. con nosotros viene nuestra inseparable hielera repleta de cervezas.
hacemos snorkel. toco a los peces con mis propias manos, buceo hasta el fondo y me quedo sentado observando como se refractan los rayos solares, como entran en el agua, maldigo no tener branquias, o una bombona de oxígeno. en el fondo del mar, trato de no pensar en nada, el hecho de estar viendo lo que estoy viendo hace que mi mente se quede en blanco, absorta.
a las cinco regresa nuestro taxi lancha para llevarnos de regreso a cabo san lucas. conversamos con el balsero y bebemos unas cervezas a bordo.
hay dos parejas de novios, chicos y chicas jóvenes, mexicanos. nos miran y murmuran, creo que les hace gracia nuestro acento, o tal vez vayamos ya algo borrachos y sea eso.
andando hacia el hotel comunico a mis compañeros de viaje la firme intención de enganchar una tremenda menopea por la noche, digo que así no me aburriré en el garito de yanquis.
nos damos un baño en la piscina y allí conocemos a “shima”. dice “shima” y señala un objeto, nosotros tenemos que adivinar el color, o de qué se trata. también gesticula acciones y tratamos de adivinarlas. él, siempre, contesta, “that´s right”, y cuenta los puntos que llevamos.
en la habitación me bebo media botella de ron, y luego salimos. en el bar entre los tres nos terminamos una botella de ron y tuvieron que abrir otra, sin contar esos chupitos con gelatina que probamos, y los tequilas de rigor.
cerramos el bar, llevo un pedo de los de no poder articular palabra, y nos lo estamos pasando bien bailando toda la zapatilla que ponen.
salimos del bar. “¡buah! ¿qué me dicen del narco que estaba en el bar?”
apenas me enteré de nada, y en el bar estábamos nosotros tres y el grupo del narco.
moraleja: el respeto a la propia vida es inversamente proporcional al grado de alcohol corporal.